Piratas del Caribe


Por Rodrigo Barba

Como si se tratara de un film ya visto, quienes derrocaron a Zelaya en Honduras usaron el mismo guión que quienes quisieron derrocar a Chávez en Venezuela en el 2002. Pochoclos teñidos de sangre para ver otra vez la misma película.

En los últimos años, Hollywood se encontró con uno de los inconvenientes más grandes de su historia. Los guionistas de las series y películas hacían huelga. De esta manera, la gran máquina de producir ficción de Norteamérica se quedaba sin fuentes ideas. Por lo tanto, el mundo del cine empezó a repetirse.

Por su parte, la gran máquina de producir políticas para los países periféricos, Estados Unidos, pareciera estar atravesando la misma crisis. Y la usina de ideas políticas parece estancarse con la huela de guionistas, que no hacen más que repetir crueles y antidemocráticas recetas, confirmando que siempre la realidad superará a la ficción.

De esa manera, Estados Unidos produce durante el 2009 en Honduras, una remake del Golpe en Venezuela producido siete años antes. Aunque lo hace utilizando el mismo libreto.

La película comienza en un país con un mandatario populista…
Interiores. Residencia del presidente. Madrugada.
Un grupo de militares, que dicen defender la constitución de su país, secuestran al presidente, mientras este duerme.
Exterior. Espacio aéreo violado Costa Rica. Día.
El grupo de militares depositan al mandatario en suelo costarricense, comunicándole que tiene la entrada prohibida al país que lo eligió legítimamente como presidente.
Interior. Medios de comunicación del Estado. Días enteros…
Los militares golpistas cierran los canales de televisión y las radios estatales. De esta manera, quienes toman el poder se aseguran la hegemonía de un discurso que favorece a su versión de los hechos.
Exterior. Calles céntricas. Día, tarde y noche…
El pueblo se manifiesta en rechazo al nuevo gobierno que toma la conducción del país por asalto. Sin embargo, las cámaras de los medios de comunicación más importantes no lo muestran. Las radios más escuchadas, no lo emiten. La revolución, no se transmite.
Interior. Medios de comunicación. Noche.
Los medios difunden una falsa renuncia por parte del presidente legítimamente electo. El nuevo senado golpista acepta la renuncia trucha. Esto sí es mostrado. Esto sí es transmitido. En la película, los medios pasan a ser cómplices de los supuestos “restauradores de las garantías constitucionales”.
Exterior. Calles céntricas y periférica. Día, tarde y noche…
La gente no cree en la renuncia. Sale a las calles a marchar y la resistencia es cada vez mayor. Todos marchan reclamando el retorno del presidente electo.
Interior. Medios de comunicación. Todo el día.
Los medios eligen pasar dibujitos, mientras afuera los militares reprimen a los manifestantes, salpicando con sangre a las lentes de la cámaras que registran todo para nunca mostrarlo.


Los protagonistas son los mismos: un presidente electo, los militares, el embajador norteamericano, la OEA, la sociedad civil, la Iglesia, y los medios de comunicación. La víctima una sola: la democracia.

El pueblo hondureño, como lo fue el venezolano, es protagonista de una historia que los medios no reflejan. El cerco mediático propicia la censura de información disidente contra aquellos interesados en que el golpe prospere y los piratas se lleven el botín más preciado: la libertad.

No hay peor película que la que es previsible, que la que se repite. La ya vista. Daña. Daña la capacidad de sorpresa, de imaginación. Achata. Reduce los márgenes de fantasías, de creación y, por ende, de pensamiento. Eso pasa con estas películas que se filman en Centroamérica y el Caribe.

En la primera parte, rodada en 2002, la película finalizaba con el pueblo resistiendo y derrotando al golpe de estado. Esperemos que el final, de esta segunda parte rodada en Honduras, sea igual. Que sea un final propio de una remake, como todo su argumento.

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